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Yo te diré: Las mamás también hacen headbanging

13 . 05 . 2019, 3:06 am

Recuerdo una mañana de invierno. No tenía más de 7 años. El cielo estaba triste y los muros de ladrillos aumentaban el frío de la matutina y austera jornada noventera.

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Por Melomanito Snob

Recuerdo una mañana de invierno. No tenía más de 7 años. El cielo estaba triste y los muros de ladrillos aumentaban el frío de la matutina y austera jornada noventera. Sin embargo, el ambiente se climatizaba con las frecuencias que se liberaban de la radio con casetera. No desperté por el frío, sino por los estridentes riffs que sonaban de una cinta, de las favoritas de mi mamá. Era “The song remains the same”, una de las grabaciones en vivo de Led Zeppelin. La banda cabecera de mamá, una rockera declarada. Ella se ataviaba con chaquetas y pantalones de cuero negro, esos que cortaban la circulación. Aunque costaba que entraran, lo debía hacer rápido, porque amigos motoristas la esperaban fuera de su casa para ir a malones. Ella escogía con quien salir y un no siempre fue un no. Incluso, entre esos pretendientes, hay un poeta que le dedicaba poemas y que ahora es dueño de un club de jazz de Santiago. El casete de Led Zeppelin sonó hasta que la cinta se dañó. Ella ordenaba la casa al son de “Moby dick”. Iba a comprar pan, y cuando regresaba aún continuaba el solo de batería de John Bonham.

“Esto es mi culpa”, me dijo una vez entre risas jocosas y arrepentimiento. Yo llegué a la casa después del liceo con el dvd pirateado de “Live & Loud”, un concierto en vivo de Ozzy Osbourne, el cantante inglés que me rayó la cabeza y el espíritu antes de entrar a la adolescencia. Una idolatría que impulsó mi mamá, obvio.

También recuerdo el mágico cd del “Made in Japan” de Deep Puple. La puerta de entrada al rock progresivo y la música clásica. En mi pieza intentaba imitar los gritos de Ian Gillan y cuando me regalaron mi primer mp3, en 2005, bajé del Ares las canciones de este recital y las metí en mi reproductor de 128 megas. Lo escuchaba en la micro, camino al liceo, soñando con algún día tocar el teclado como Jon Lord -cuando murió en 2012 fue funeral en mi casa-.

También me hacía parte de tus recuerdos, porque nos relatabas cuando tus tíos llevaban el vinilo del “Made in Japan” a sus fiestas y bailaban rock and roll intentando olvidar que en las calles estaban torturando y matando vecinos.

Después fui yo quien puso los discos de rock a máximo volumen. Jamás te enojaste o me pediste disminuir el ruido. Al contrario, cantabas y comentabas las canciones, llenas de evocaciones y nostalgia. Las tuyas del pasado y las mías del presente y futuro.

Disfrutabas con mi pelo largo, que en algún momento llegó hasta las caderas, y bloqueabas cualquier intento de corte. Sonreías al verme con chaqueta de cuero y disfrutabas con mi poster de Kiss que aún está pegado en el armario de tu casa, mi antigua casa.

No me importó que me diera cuenta después que confundías a Alan Parson Project con Emerson Lake and Palmer y agradezco con el alma tu conocimiento de rock chileno. Cada vez que puedes hablas de Tumulto, la mítica banda chilena de rock que una vez me salvó de ser asaltado. Una madrugada volvía ebrio a mi casa. Un tipo, que intentó robar mi celular y billetera, me dejo ir porque me sabía la letra de “Sin dinero”. Antes de bajar de la micro, cantamos la canción de Tumulto. Fue el mismo día que The Rolling Stone tocó en el Estadio Nacional, en 2016, arriba de las 401 en Pajaritos.

En Chile existe el maldito imaginario de que todas las mamás son cebolleras. Pero no. En mi casa mi mamá escuchaba la radio Futuro y me esperaba en la calle tras los conciertos de Iron Maiden. Hay mamás que les gusta el funk, el pop y el folclor. Pero, con orgullo y la incredulidad de alguno de mis amigos, me vanaglorio que mi mamá es rockera, la rockera más bacán.     

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