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Lo que (no) callaron: La música chilena que quiso borrarse

11 . 09 . 2020, 11:52 pm

El 11 de septiembre marca el inicio de un período de violencia en Chile cuyos efectos pueden verse hasta el día de hoy, y entre quienes sufrieron están también los músicos que hasta entonces llenaban los espacios públicos con un canto esperanzado por un nuevo Chile. Exiliados, torturados y asesinados, con su material censurado y […]

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El 11 de septiembre marca el inicio de un período de violencia en Chile cuyos efectos pueden verse hasta el día de hoy, y entre quienes sufrieron están también los músicos que hasta entonces llenaban los espacios públicos con un canto esperanzado por un nuevo Chile. Exiliados, torturados y asesinados, con su material censurado y destruido. Es necesario mantener viva la memoria de aquellos autores de la canción valiente en Chile, la cual sigue inspirando al pueblo y sintiéndose en las calles.

Por Álvaro Silva

“No hay revolución sin canciones” decretaba con letras gigantes el amplio cartel que dominaba el escenario del Teatro Caupolicán un 28 de abril de 1970, en plena campaña electoral de Salvador Allende, quien se posicionó en medio del escenario rodeado de los músicos más importantes y políticamente comprometidos de la época: Victor Jara, Rolando Alarcón, Quilapayún, Millaray, Isabel y Ángel Parra, entre otros. 

Por supuesto que era un orgullo para el candidato contar con el apoyo de este grupo de músicos. De una Nueva Canción Chilena heredera de música con versos reflexivos y denunciantes. Un canto indignado dirigido a las muestras diarias de abuso de poder hacía la clase obrera, pero a la vez esperanzado con la idea de una reivindicación popular, de un movimiento en busca de acabar con siglos de desigualdades en el país. 

Quien esté leyendo esto probablemente sepa lo que ocurrió poco tiempo después. La promesa de la Unidad Popular interrumpida por bombas, y el sector conservador de Chile tomando el poder a punta de pistola. Dando inicio a 17 años de persecuciones, exilios, torturas y asesinatos bajo la dictadura militar.

El mundo musical chileno quizás fue el gremio artístico que sufrió más estragos en este período. La relación de la UP con la Nueva Canción fue tan estrecha que solo el aspecto de estos músicos, o incluso ciertos instrumentos, como la flauta, la quena y el charango ya recordaban, en las mentes de la junta militar, al período en Chile que pretendían borrar de la memoria colectiva. 

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La junta militar tomó el poder y al día siguiente comenzaron a emitirse las órdenes de detención contra músicos chilenos. Esos primeros días de horror significaron que ningún nombre mayor dentro de la Nueva Canción Chilena pudiera permanecer en Chile más allá de unos pocos meses.

Aquellos músicos que se encontraban de gira en Europa, como Quilapayún e Inti-Illimani, la noticia del Golpe de Estado significó una imposibilidad de regresar al país. En Santiago, en tanto, los músicos que no fueron exiliados corrieron suertes dispares. A Ángel Parra lo detuvieron casi inmediatamente después del asalto a la moneda, dando paso a un período de ocho meses en que pasó por los centros de detención en el Estadio Nacional y Chacabuco. Asimismo, cantantes con reconocida labor social y simpatías de izquierda fueron detenidos y torturados. Sonia Paz Soto fue arrestada y liberada una semana después con costillas rotas por los golpes. El Estadio Chile fue el centro de detención y tortura a donde llegaron, entre otros, los músicos Eduardo Yáñez y Victor Jara. El primero fue liberado tiempo después, pudiendo seguir trabajando de manera clandestina, mientras que Jara no tuvo la misma suerte. Su asesinato demostró la crueldad inconmensurable desplegada en esos primeros días de dictadura en Chile.

Otros músicos pudieron huir del país en vista de la persecución de la que fueron víctimas. Osvaldo Rodríguez, Isabel Parra y Patricio Manns tuvieron que alojarse urgentemente en embajadas para salir del país, sin documentos ni equipaje. 

Pero la persecución contra este grupo de músicos no se quedó sólo sufrimiento, sino que también en la extinción de sus sitios de reunión e incluso su obra. 

Grupos como Ortiga e Illapu debieron irse al extranjero para intentar seguir viviendo de su canto, mientras que otros músicos tuvieron que disolver sus sociedades de trabajo, en vista de los constantes allanamientos y la censura de su obra. Peñas, Sellos y Revistas vieron destruido su legado cultural, como relata la periodista Marisol García:

“Las peñas más activas de esos años fueron clausuradas. El sello IRT, intervenido y más tarde privatizado. La revista Ramona dejó de circular. Las oficinas de Dicap, en calle Sazié, fueron allanadas la misma semana del Golpe. Allí los militares incautaron, rompieron y quemaron cintas con música aún inédita (…). La inexcusable destrucción de las llamadas cintas-master explica una de las mayores taras de nuestra memoria cultural”.

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A pesar de este afán por destruir la música que marcó al Chile de la Unidad Popular, aquellos artistas valientes lo siguieron siendo incluso en estas condiciones extremas, sobreponiéndose a un ambiente social determinado a acallar su canto. Es sabido que los recintos de detención y tortura fueron inesperados espacios de creación, acogiedo el nacimiento de composiciones clave de artistas tan importantes como Víctor Jara y Ángel Parra, además de creadores con menor oficio, llevados a la luz más tarde por medio de grabaciones clandestinas. 

Por su parte, desde el extranjero los artistas exiliados – Isabel Parra, Patricio Manns, Inti Illimani, Quilapayún, entre otros – siguieron escribiendo música y poesía; produciendo nuevos discos y  presentándose en festivales y actos públicos, reafirmando sus lazos con Chile y con el afán de representar internacionalmente a sus compatriotas acallados.

Quedarse callados parece nunca haber sido una opción. Al contrario, la música chilena siguió evolucionando y, lejos de ser una canción de lástima, fue tomando una nueva fuerza, influenciada por corrientes extranjeras y por los nuevos sentimientos que despertaban en un Chile aún conmovido por el terror y el ánimo de justicia.

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Es difícil no trazar paralelos entre esta aversión a la música chilena de compromiso social de los 70, y aquella observada en escena musical hoy en día. Ya no se ve el afán destructivo que caracterizó a la dictadura, y afortunadamente en estos tiempos de internet ya no sería tan fácil destruir una obra simplemente quemando la cinta-máster. Pero siguen viéndose denuncias y amenazas que hacen pensar que, si estuviera en su poder, estos grupos políticos seguirían persiguiendo a quienes cantan en contra de los poderes que incentivan la desigualdad y abusos en el país. 

La dictadura dejó incontables víctimas. Más de lo que podemos mencionar en este artículo. Y sus daños han dejado cicatrices que hasta el día de hoy no han sanado. 

Por nuestra parte, como amantes de la música, es necesario recordar a los artistas que sufrieron de esta violencia. Cantores y cantoras que nunca dejaron de hablar por y para el pueblo. Se debe agradecer, además, a quienes mantuvieron viva la memoria de composiciones por poco eliminadas. A jóvenes que, así como Tita Parra escondió discos, libros y arpilleras de su abuela Violeta, propiciaron la conservación del arte que buscaba sobrevivir desde centro de detenciones, desde el extranjero o desde santiago, escapando de las llamas de los soldados. 

La música de la Nueva Canción Chilena, del exilio y de la prisión, seguirán sonando en Chile y en los artistas que heredan su legado. 

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