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A 45 años del golpe, seguimos buscando nuestra identidad

13 . 09 . 2018, 2:15 pm

Por Melomanito Snob Ya son 45 años del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Ese día que cambió para siempre la historia de Chile. Los habitantes de esta larga faja de tierra nunca volvieron a ser los mismos. Un hito que nos mutó el color, la forma de sentir, de oler. Chile […]

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Por Melomanito Snob

Ya son 45 años del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Ese día que cambió para siempre la historia de Chile. Los habitantes de esta larga faja de tierra nunca volvieron a ser los mismos. Un hito que nos mutó el color, la forma de sentir, de oler. Chile abandonó la inocencia de un pueblo pobre y austral que bordeaba la experimentación como Estado, entre tanto cambio constitucional, territorial y de personalidad.

El Once también golpeó a la música. Pero que venía de mucho antes generando ruido. La Nueva Canción Chilena, que apareció a fines de los años sesenta, se transformó en los ritmos sonoros de la generación de izquierda revolucionaria, la que le dio un empujoncito a Salvador Allende para llegar al poder tras incombustibles intentos.

La Nueva Canción Chilena (NCCh), que tuvo entre sus máximos representantes a Quilapayún, Víctor Jara e Inti Illimani, tomaron la posta de Violeta Parra, Margot Loyola y un montón de estudiosos de la música que escudriñaron en la sonoridad chilena en busca de nuestras frecuencias prístinas, la que se supone ser nuestra identidad. Incluso este movimiento “vino al rescate”, dicen algunos, de los efectos de la Nueva Ola, que miró a Estados Unidos como fuente de inspiración y se olvidó de la raigambre local.

Los sonidos de la NCCh se mezclaron con rock, instrumentos foráneos como el charango y estructuras líricas del norte. Estos ingredientes sirvieron para crear un coral que incluso sirvió para musicalizar el programa de Presidencia de Allende. Era la música comprometida, una que, quizá, se le pasó la mano, tal como confesó en alguna ocasión Eduardo Carrasco, filósofo y fundador de Quilapayún, quien saltó a la fama entre los millennials por criticar a Jamiroquai, luego de la presentación de los ingleses en el pasado Festival de Viña del Mar.

La Nueva Canción Chilena se mezcló con todas las aristas posibles. El arte, el teatro, la literatura. Hasta la actualidad se ocupan los trazados que crearon los hermanos Larrea en su taller en los sesenta y setenta, que sirvió para diseñar los afiches y portadas más emblemáticas de la época. En la actualidad aún tienen vigencia estos diseños que se asocian a la extinta Unidad Popular. Nadie quedó ajeno. Incluso Cecilia, miembro de la vilipendiada Nueva Ola, grabó unas versiones sicodélicas de ‘Gracias a la vida’ y ‘Plegaria a un labrador’.

El canto nunca se podrá eliminar

Con el golpe de Estado cambiaron las cosas. La música no se eliminó. El canto nunca se podrá eliminar, pero sí la masividad de la expresión artística.

Entre los primeros bandos tras el Once, se prohibió la difusión de cualquier música con sonidos andinos. Los castrenses acusaron que la música nortina traía a la memoria los tiempos de la Unidad Popular. El charango estuvo a la misma altura de una granada. Los sellos discográficos recibieron las órdenes prohibitivas de grabar y difundir una larga lista de artistas. Los dueños de la ex Feria del Disco recuerdan que en esta lista aparecían todos los artistas de la NCCh, cubanos o trovadores. Para no perder el material, se les “ofreció” cambiar estos discos por unos de valor monetaria similar, aunque el valor cultural es incalculable.

El vinilo de protesta se transformó en un elemento que le podía costar la vida a su portador. Muchos los escondieron en recovecos que, a 45 años del golpe, no recuerdan. Otros los quemaron y se adelantaron a las hogueras que los militares montaron en las torres San Borja, donde sirvieron de leña discos, libros y afiches.
El ahínco por destruir los llevó a quemar libros sobre el cubismo, que pensaron que era sobre Cuba, y hasta un texto escolar que se llamaba “Revolución matemática”; pensaban que era un manual izquierdoso.
Con todo este amedrentamiento. En las emisoras de radio y programas de televisión los favoritos fueron los oligofrénicos. Miguelo, Cinema o el Negro Piñera, quien se paseó por todos los canales existentes. Aunque su disco “Fusión latina” incluyó sonidos andinos y hasta una versión de “Casamiento de negro”, la melodía que rescató del campo Violeta Parra.

El sonido oficial fueron las tonadas, la cueca y el canto de salón. Los Huasos Quincheros eran el ejemplo de la chilenidad y nuevamente se moldeó la idea de nuestra identidad a través de la música, una identidad que, culpan los golpistas, prostituyó y dañó profundamente cantos como los de la NCCh –ellos decían que la Cantanta de Santa María de Iquique de Quilapayún fue un error histórico cuyo daño es incalculable-.

La dictadura no significó un apagón cultural. Hay que terminar con ese mito. En las sombras y la represión florecieron todas las expresiones artísticas posibles. En la música, desde las trincheras, Sol y Lluvia se mantuvieron incólumes. Otros no pudieron regresar del exilio.

El Canto Nuevo continuó lo que hizo la Nueva Canción Chilena

El pop chileno también ayudó a musicalizar, desde la protesta, a las generaciones de los setenta y ochenta. Aparato Raro invitó a la juventud a dudar de los lindos ideales, aunque les costó la censura televisiva y Los Prisioneros, con más punk, convocó a los que patean las piedras en las poblaciones. O a fines de dictadura, De Kiruza encaró directamente a los torturadores, quienes, advertía Pedro Foncea, podían ser hasta tus vecinos.

En los noventa, con la vuelta a la democracia con constitución pinochetista, la música, aunque paradójicamente de forma más tímida, se sumó al vuelo de los ochenta. Pero en la actualidad, cuando se cumplen 45 años del golpe, el pop no parece muy interesado en rescatar los vestigios musicales chilenos.

¿La música chilena se debe hacer cargo del pasado?, al menos el indie-pop ha dado pocas luces de hacerlo. Es difícil encontrar reminiscencias del pasado y entre las largas lista de canciones se filtran algunas como la versión ‘A la mar fui por naranjas’ de Niña Tormenta, una de las tantas melodías que rescató el folclorista Héctor Pavez.

Pero no es solo la música, en la literatura, por más que nos han intentado meter en la cabeza que la dictadura está presente en todas las artes chilenas y que debemos superar esa etapa, los nuevos escritores no se ven muy interesados en lo sucedido tras 1973, y los que narran se quedan en recuerdos personales o vivencias noventeras con pasajes de la época de represión

¿Debemos criticarlos?

En una entrevista que le realizaron a Jorge González en los ochenta, le enrostraron la nula presencia de las tradiciones musicales chilenas en su música de la época. El líder de Los Prisioneros respondió: “Pero, ¿dónde se escuchan esas tradiciones? ¿Dónde están? ¿Son realmente el sentimiento del pueblo o son lo que nosotros quisiéramos que fuera el sentimiento del pueblo? ¿Son la identidad chilena o lo que debería ser la identidad chilena? Esa es la cosa” .

González dio la entrevista en 1985, cuando apenas tenía 19 años, pero ya con el estatus de ser el líder de los Prisioneros. Al parecer, y luego de 45 años del golpe de Estado, aún estamos en proceso de la construcción de nuestra frágil y mutable identidad.

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