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30 años del Doolittle de los Pixies, un eslabón clave del rock alternativo

18 . 04 . 2019, 1:52 am

Seguramente has visto esta portada antes. Probablemente como póster en la pieza del niño atormentado/depresivo/alternativo de alguna serie de Netflix -sobre todo ahora que todo está adaptado a los ochentas y principios de los noventa-. Lo hayas escuchado o no, el Doolittle (1989) es un ícono de toda una generación. Si bien no está a […]

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Seguramente has visto esta portada antes. Probablemente como póster en la pieza del niño atormentado/depresivo/alternativo de alguna serie de Netflix -sobre todo ahora que todo está adaptado a los ochentas y principios de los noventa-. Lo hayas escuchado o no, el Doolittle (1989) es un ícono de toda una generación. Si bien no está a la altura de memes como el Unknown Pleasures de Joy Division o el Nevermind de Nirvana, históricamente se sitúa justo al medio. El segundo -o tercer, si contamos el EP debut Come On Pilgrim– trabajo de los Pixies es un eslabón clave entre el nacimiento de la música alternativa de finales de los setenta y el auge de ésta con el grunge en los primeros noventa.

Desde las notas iniciales del bajo que abre el disco ya se huele la influencia post-punk. “Debaser” suena como un homenaje a “Transmission de Joy Division. La diferencia con los ingleses es que en la música de los Pixies la energía no surge de la angustia ni dolor, sino de una extraña combinación entre excentricismo y humor. No parece raro entonces encontrarse a Joseph Gordon-Levitt cantando “Here Comes Your Man” curao en la peli melomanita de la década pasada. Doolittle es una compilación de hits para gritar en estado jugoso-hueveo.

Y ese es precisamente su encanto. No hay mayor pretensión en las 15 canciones que dura el disco. No hay pasajes instrumentales -más que la excelente segunda mitad de “No. 13 Baby”- ni interludios. Los temas no tienen introducciones innecesarias, ni codas, ni sorpresas estructurales. Es una colección de temazos, uno tras otro.

En “Tame” se resume un poco la dicotomía de la banda: la agresividad y locura de un carismático líder como Black Francis y la dulzura de la bajista Kim Deal. Los últimos pasajes del tema en que se juntan la voz entrecortada de Deal y los gritos terroríficos de Francis debe ser uno de los momentos más excitantes de la trayectoria de la banda. “Wave of Mutilation” se anota con uno de los coros clásicos de la banda y la onda surf que indagarían más en Bossanova (1990).

I Bleed” es derechamente Weezer. Si Kurt Cobain confesó que “Smell Like Teen Spirit” fue su intento de hacer un tema como los Pixies -y casi todo el Nevermind, en realidad-, lo de Undone (The Sweater Song) de Weezer es descarado. La críptica “Monkey Gone to Heaven” marca la mitad de un álbum que decae algo en su segunda mitad, pero guardando las proporciones: la primera mitad es tan buena que la segunda es tremenda igual.

Y luego está “Hey”. Una de las mejores canciones de la historia, punto. Desde la mezcla, en que cada instrumento se escucha y diferencia uno del otro, hasta el simple pero épico solo de Joey Santiago. Las voces entrelazadas de Francis y Deal se compenetran a la perfección con los gritos desesperados de la guitarra y dan la mejor interpretación de una canción de amor a lo que puede aspirar el grupo de locos al que suenan los Pixies.

Doolittle es una oda a la sencillez. No hay más elementos que lo que escucharás en una sala de ensayo, en un directo. Es rock en tu cara. Bajo, guitarra, batería y voz, no hay más. Por momentos incluso suena como una banda cualquiera de garaje. Pero no olvidar que son la mejor banda cualquiera de garaje.

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