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Valentina: la escena electrónica debe convivir con lo político

23 . 05 . 2019, 12:48 am

Por Francisco Guerra Galaz. La joven DJ, aunque no se defina como tal, habló con Picnic sobre sus inicios en la música electrónica, su identidad y el activismo en la escena. Sentados en un café cerca del drugstore, donde ella es quien suele hacer las preguntas, responde las mías. Hoy no es la periodista, Valentina […]

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Por Francisco Guerra Galaz.

La joven DJ, aunque no se defina como tal, habló con Picnic sobre sus inicios en la música electrónica, su identidad y el activismo en la escena.

Sentados en un café cerca del drugstore, donde ella es quien suele hacer las preguntas, responde las mías. Hoy no es la periodista, Valentina Millán Ramos, es la DJ de 25 años que, a punta de sets basados en su ánimo y sus activismo, se ha ganado un lugar en el underground santiaguino de la música electrónica.

Valentina se sienta y arma un tabaco mientras llegan nuestros cafés. Le digo que hace un tiempo quería conversar con ella, que no hay nada de información sobre su trabajo como DJ por más que toque cada semana o la hayan invitado a una fecha en Argentina.

En su casa siempre estuvo rodeada de música. Su abuelo, Arturo, fue un popular cantante de boleros que compartió generación con nombres como Lucho Gatica y Antonio Prieto. Su padre también era músico, Valentina creció rodeada de la herencia artística que marcó a su familia paterna, la guitarra, la voz de su papá y las historias que escuchaba sobre Arturo.

La música grabada también la acompañó siempre. Muchos discos sonaban en su casa, desde el rock que le gustaba a su padre hasta el rock latinoamericano que escuchaba su madre. Pero ella, ya más grande, como era “muy mandaita a hacer”, no le gustaba nada de lo que hicieran sus papás. “Voy a escuchar High School Musical”, pensaba.

“A mí me da un poco de pudor porque en la escena musical está muy bien visto que uno tenga un bagaje musical culto ¿cachai? todos son del tipo: ‘No, yo escuchaba música clásica cuando chico… no yo escucho Sonic Youth desde los diez’. Pero yo no”.

Siendo 100% honesta, recuerda que en su infancia siempre se sintió más cerca del pop. Canciones de HSM y Hillary Duff, por ejemplo, sonaban cuando ella tenía 12 años.

Mi acercamiento a la música siempre ha sido tratar de encontrar lo que más me guste, independiente de lo que piense el resto, de lo que debo/debiese escuchar la gente cool. Es lo que me nace”.

Después, claro, se puso más “seria”, no todo era diversión. Dejó de lado ese hedonismo de “disfrutemos el momento” que tiene el pop y se acercó a nombres como Portishead o los mismos Sonic Youth. Era más consciente de lo que escuchaba: “La música tiene todo un universo donde está bien hecha, no solamente un par de botones, una mina rubia cantando… hay más”.

Si bien aclara que estaba exagerando, le gusta hacer énfasis en que no le gusta esa idea de que “pa tener alguna relación con la música, o ser músico derechamente, tienes que tener este bagaje tan culto y docto. Puedes haber escuchado lo que quieras cuando chica y después, cuando ya empiezas a tener conciencia de que eres un humano, que no es a los doce, ahí te puedes hacer cargo de tus gustos más reales”.

La entrada de la electrónica

Antes de tener quince años empezó a cambiar el pop puro y llegó al electro-pop con María Daniela y su Sonido Lasser, de México, La Prohibida, de España, y también Javiera Mena.

Recuerda que la primera canción que la “mató” cuando chica fue ‘Satisfaction’ de Benny Benassi. La escuchaba y decía “conchetumadre es la mejor canción que existe“, todos sus elementos le encantaban. De todas formas sentía que ella no tenía nada que ver con la electrónica, porque tenía esta idea de esta música que se veía desde Holanda, esto de “white sensation dos milero, horrible po'”.

Pero cuando ya tenía la mayoría de edad, con otro amigo, Felipe (Erika), se acercaron al tecno. Les gustaba la estética, los videos de raves noventeras y les parecía un suceso muy bacán e interesante a nivel cultural e histórico.

De ahí partieron surfeando en internet y encontraron sets enteros de artistas, de Berlín, por ejemplo, y comenzaron a carretear. “Ahí ya fui encontrando más mi estilo dentro de la electrónica, también de lo que más me gusta escuchar, que no es necesariamente tecno”.

En ese momento, recuerda Valentina, se le acercó un “milenario DJ y productor” que la apadrinó. Inti Kunza creía que ella tenía buen oído musical y, por más que se alejara de la idea de que podía hacer música, la empujó a aprender Ableton. Le enseñó y le encantó, aunque sin entender ningún concepto de nada “onda qué es el delay, qué es el reverb, nada, no sabía nada”.

Valentina y Felipe, parte de Erika.

Así, a los veinte o veintiuno comenzó a producir, pero lo dejó después de un tiempo porque empezó a preocuparse más de la universidad. “No me metí mucho de lleno y es un lado que tengo muy abandonado. Me siento culpable igual, pero también lucho contra ese mandato de que TIENES QUE HACER MÚSICA”.

Ella lo pasa muy bien mezclando en fiestas y está tranquila con eso, aparte, dice “hago miles de hueás, no puedo ser productora-dj-periodista, vamos de a poco”.

De hecho, ni siquiera se considera productora ni música y sabe que para algunos podría no ser artista y les cree, “también desafiando la idea de qué es ser artista… pero no soy DJ”.

“Es algo que aún no siento que me pertenece tanto. Siento que es algo que le tengo demasiado respeto y me cuesta autodenominarme DJ, sobre todo en el espacio más público”.

Sí tiene claro que se ha “sacado la chucha tratando de aprender a mezclar, escucho música todo el día, todo el tiempo, busco nuevas referencias, inspiración, leo mucho sobre música, mucho sobre historia de la música”, pero aún no sabe si se reconoce como DJ. “Me siento más periodista porque es una hueá que estudié cinco años y ya tengo mi título y trabajo de eso, pero DJ siento que me falta”.

Y lo que le falta, según ella, es tiempo y mejorar. “Soy muy perfeccionista, tengo una ideas muy altas de lo que es ser cada cosa”, reconoce, y si se suma que una de sus principales referentes es Valesuchi, quien se dedica 100% a la música, siente que le falta “mucha más práctica aún, mucho más oficio, más trabajo”.

Foto por @foto.beat

No tanto producir, aclara, porque también diferencia entre lo que hacen quienes producen y quienes discjockean. “Hay mucho DJ que no produce, y son increíbles DJs. Entonces también cuando hay gente que dice ‘no, el DJ no es artista’, hay DJs que son tan increíbles y generan una atmósfera y una narración y tienen una curatoría tan increíble que sí son artistas. Tienes que tener un ojo artístico, sensible, para poder crear los set que ellos crean”.

“No es llegar y poner música pa que bailen”, sentencia la chilena. Igualmente afirma que no todos los productores tienen que necesariamente mezclar, “hay que mantener esos mundos separados. No eres peor DJ por no producir ni eres TANTO más bacán sólo por producir“.

Comenzar a tocar

Hay varios aspectos que definieron el inicio de Valentina tras las máquinas y frente a un público que confía en ella para seguir pasándolo bien. Su nombre, apropiarse de su lugar, hacerse responsable de lo que hace y proteger las “libertades” que hay en la escena electrónica.

¿Por qué Valentina?

En el escenario no es @valemillan ni Valentina Millán Ramos y es por dos razones, explica. Primero porque cuando estaba empezando, tenía que definir un nombre de DJ y comúnmente se utiliza un apodo, “algo que no necesariamente diga quién eres tú, medio encubierto” y eso le llamaba la atención a Valentina por su timidez. Desde chica le costó disertar en el colegio y exponer en la universidad.

Por mí yo tocaría con una máscara, de negro, tapada con un biombo”.

Últimamente toca con jockey para taparse, esconderse un poco, de la exposición que implica estar frente a un público. La gente, dice, no cree que sea tímida porque de una u otra forma hace las cosas que debe hacer, pero confiesa que hay veces que ha tocado y que sus piernas no dejan de tiritar en ningún momento, “y es como hueona relájate, no pasa nada, nadie te va a matar, pero muy nerviosa siempre. Soy como un chihuaha…”.

Entonces, en esa búsqueda de un nombre que la representara, no encontró ninguno. Lo que pasa con los apodos, explica, es que hay que significarlos: “Si me ponía un nombre como medio tecno, tenía miedo de tener que tocar siempre tecno y en esa época, y hasta el día de hoy, no tengo muy claro cuál es mi estilo musical. Es muy diverso y siempre me adapto más a la fiesta y al público y al horario y a mis emociones”.

La otra razón por la que eligió su nombre de pila para dar a conocer su trabajo como DJ es para hacerle honor a sus dos referentes principales, las dos personas, mujeres, más importantes para ella dentro del oficio de DJ: Valesuchi y Valentina González de Les Premes. La primera, dice, es su coach espiritual y la segunda es quien le enseñó a mezclar.

Foto por @foto.beat

Cuando empezó a tocar y le preguntaban por su nombre para el afiche, solían preguntarle “¿sólo valentina?” y siempre le ponían Valentina Millán o @valemillan y para ella no es lo mismo. “no es mi nombre de Instagram, es Valentina, punto. No DJ Valentina, no @valemillán, Valentina”.

Pedir permiso pa tocar

Valentina no piensa mucho en si tiene un público definido, más bien se siente agradecida cada vez que ve gente mientras ella toca, pero confiesa que hasta hace un par de meses, cuando tocaba, se paraba “casi que pidiendo perdón, era como ‘perdón, voy a intentarlo, voy a hacer lo que pueda, si la cago discúlpenme. Perdón'”.

Ahora está dejando de pedir permiso para tomar su lugar frente a las máquinas, está creyéndose más el cuento, dice, y por eso agradece el amor y la energía que transmite el público cada vez que se para con su set en una fiesta.

Ese público no lo tiene tan identificado y eso le gusta, porque le permite una libertad, aclara. Puede “hacer cosas distintas cada vez que toco, no soy ni de house ni de tecno… me gustan demasiadas cosas y me gusta probar cosas diferentes”. Se define, eso sí, como una dj emocional: “Mis set dependen mucho de mi… de cómo me siento y de la música que más me hace sentido”.

Al final, dice Valentina, lo que ella pretende en la música electrónica es “poder transmitir de la manera más concreta y honesta posible lo que quiero transmitir con la música dependiendo, de nuevo, del público, la fiesta, el horario…”. Le da énfasis a esa capacidad de adaptarse porque para ella, ser DJ “es una hueá que depende mucho del público. Es una relación simbiótica, tú le estás dando al público, pero el público te está dando algo a ti”.

Mezclar o bailar

Para Valentina, la sensación entre estar tocando y estar como público es bastante similar, porque cuando está a cargo de la música, hace lo posible porque los bailarines se sientan como ella se siente cuando está en la pista de baile.

“Lo que me hizo enamorarme tanto de la música electrónica y este tipo de experiencia, fue la libertad que sentía. La conexión con la música, ver a la gente pasándolo tan bien a mi alrededor, ver mujeres bailando solas, tranquilas, ver gays bailando como ellos quisieran, vestidos como ellos quisieran, eso es lo que me gustaba, la libertad”.

Cuando toca, trata siempre de transmitir eso, “pasémoslo bien, bailen como quieran, disfrútenlo como quieran”, pero hay algo distinto en ese momento. Ahora siente una responsabilidad para con el público, de hacerlo bien. Ya no es pura diversión como cuando ella es la bailarina y si no lo hace bien, dice, se siente “muy culpable porque siento que la gente no lo pasó tan bien como podría”.

Foto por @foto.beat

“Soy media enemiga de los festivales”, dice Valentina, pero de todas formas los respeta aunque sus escenarios favoritos son los del “under real”, que ni siquiera son clubes. “Una casa abandonada lo más posible o espacios públicos como Plácido Domingo, […] la verdadera hueá ilegal”.

Recreo, en particular, tiene algo muy especial según Valentina. “Puede respirar la escena underground a pesar de que es un espacio legal, autorizado por el alcalde, de acceso masivo”. A diferencias de otros festivales “más puteros donde eso se pierde”. De todas formas se queda con el “under real”, donde las responsabilidades se cumplan. “Obviamente siempre voy a preferir el sucucho ilegal con poquita gente, pero muy comprometida con lo que está pasando”.

El escenario favorito de Valentina

Son dos. Primero, por la emoción que acompaña el recuerdo, Máquina Bruja, que es de cuando ella y su grupo de amigos partió tocando. Fueron las primeras fiestas en que ella tocó e incluso, “la primera máquina bruja en la que yo toqué no sabía mezclar”.

Recuerda que le dieron la oportunidad y “fue como ‘ya, hagámoslo’, porque también iban a haber puros amigos en el público, nadie me iba a echar ni a tirar tomates”. Se sentía cómoda, se sentía en confianza.

“Así partí tocando, entonces no es el mejor escenario en el sentido de que no lo hice bien, […] pero sí era muy lindo el ambiente”. Como era entre puros amigos que estaban partiendo, era muy emocionante para ella. “Tenía ese compuesto de la emoción y la amistad, la autogestión y era todo muy bello. Yo hasta el día de hoy creo que no he vuelto a estar en una fiesta tan bonita como las Máquina Bruja”.

Y luego viene Recreo. Sobre todo la segunda vez que estuvo ahí, porque en su debut tocó con mucho miedo y casi que, de nuevo, pidiendo perdón. En el último Recreo, que la colocaron en un buen horario, en el patio, fue como un desafío. Probarse a sí misma.

Su lugar, el lugar de las mujeres en la escena

Valentina ve la participación femenina dentro de la escena electrónica underground como algo complejo. Explica el concepto que llama Mito del Underground, que es la idea de que “el underground en sí, como definición, es un espacio de libertad, de libre discriminación, donde las disidencias sexuales, las minorías sexuales y las mujeres pueden convivir tranquilamente”, pero aclara que no es tan así.

Las experiencias que ella ha tenido y presenciado, tanto como bailarina (público) o detrás de la cabina, han probado que ese mito no se cumple del todo y que esa idea hace más daño y no ayuda a reconocer el problema.

Si algunos afirman, como ella replica con algo de ironía en su voz, que “NO PERO SI HAY PURA LIBERTAD Y TODOS ESTAMOS AQUÍ Y ACÁ LOS GAYS SON LIBRES Y ACÁ LOS GAYS SON FELICES Y ACÁ A LAS MUJERES NADIE LAS ACOSA”, ella los cuestiona: “Ya, pero ¿le hay preguntado realmente a los gays si se sienten tan tranquilos y le preguntaste a las mujeres si realmente no las acosan?“.

“Cuando tú eres el productor y eres un hombre heterosexual, estás en un lugar de privilegio donde no tienes por qué saberlo”, apunta Valentina, pero hace el llamado a que “nos cuestionemos”.

“Pregúntale a las otras mujeres si de verdad se sienten seguras en tus fiestas, cuestiónate qué tantas mujeres estai invitando a tocar”.

Explica que si bien no se trata de hacer un cuoteo o de paridad, no basta con que los productores de fiestas digan que por tener una mujer cada cuatro hombres en el setlist “alcanza”.

Ojalá surgiera de manera natural, dice, y comprender también que “la experiencia femenina, en todos sus ámbitos, ya sea como asistente o como DJ, en música tiene algo que aportar”.

Agrega que “es muy mágico e importante entenderlo de esa forma, que no es obligación meter a las mujeres, sino que entender cómo es esa participación y todo lo que tienen que aportar las mujeres a la escena y que depende también de nosotras hacernos escuchar”.

Valentina sí cree que la escena de la música electrónica underground “debe ser uno de los lugares más mejores para las mujeres dentro de casi cualquier rubro musical”, pero al mismo tiempo siguen al debe. “Sobre todo si nos vamos a sentir orgullosos de ser el underground y este espacio de libertad… todavía queda mucho por mejorar. No es que estemos tan mal, pero todavía queda”.

Proteger las libertades del underground

Y eso es lo que propone ella junto al Colectivo Sensorama, “sigamos escuchándonos y pensando más críticamente cuáles son los espacios que cohabitamos y cómo podemos mejorarlos para todos”.

Sensorama nació el 2018 de manos de Valentina González de Les Premes, PaltaMango -que se salió del colectivo-, la abogada Carol Schmeisser y la propia Valentina, principalmente por la preocupación que tenían sobre el acoso a mujeres en las fiestas.

No era exclusivamente del underground, porque, según explica, cuando comenzó a masificarse la escena electrónica, llegaron personas que no conocían ni entendían “los códigos” que existen en esos ambientes. Una especie de leyes implícitas de las que “no se habla, pero se saben”.

Por ejemplo, “cuando uno va a bailar esta música, baila mirando hacia el DJ, o no necesariamente, pero solo. Y si no, bailas con tus amigos, pero es un espacio de libertad personal, ¿cachai? Yo estoy bailando, disfrutando, la música a mi manera. No es un espacio de apareamiento como se entiende el baile en Chile”.

Valentina se refería a lugares como Club Matta u otros lugares donde prima “esta idea heteronormada de que si hay una mujer bailando sola, tú puedes ir a hablarle y a molestarla porque si estabas bailando es porque estabas buscando una pareja”. Entonces esos mundos se mezclaron, el underground y el masivo.

No porque estemos en un sucucho ilegal bailando a las seis de la mañana está asegurado el underground”.

Cuando se encontraron esas escenas, “empezaron a llegar hombres que sí te acosaban y que no entendían que, si tú estabas bailando sola no era porque quisieras aparearte o conocer a un hueón, era porque estás disfrutando la música. Entonces se meten mucho en tu trance, se meten mucho en tu noche, no te dejan disfrutar”, explica.

En ese momento, desde Sensorama dijeron “ya, tenemos que educar” al público nuevo que estaba llegando y también al antiguo, el que ya conocía “los códigos”, para que los mantuvieran y las hicieran valer, que se hicieran sujetos partícipes del espacio. “Las cosas no están aseguradas sólo porque sí”. Valentina cree que “todas esas libertades también tienen deberes” y que de esos deberes tienen que hacernos cargo ellos, de “mantener ese espíritu”.

Aparte, recuerda, cuando comenzaron a ser parte de la escena como DJs, se dieron cuenta que sí, que efectivamente había un trato distinto hacia ellas. Primero estaban los line-ups, llenos de hombres que incluso se repetían, pero ninguna mujer nueva. “No necesariamente tú, pero también querías ver otras mujeres tocando, saber qué otras mujeres nuevas estaban apareciendo y no había, no había”.

Después, por el trato. Hubo una vez en que a ella la “minimizaron a un par de tetas”. Un productor de fiestas muy importante, dice Valentina, se refirió a ella de una manera muy despectiva: “Así como ‘ah, verdad que ella toca y es famosa y eso que no muestra las tetas’, ¿cachai?, onda pasándose por la raja que yo fuese DJ o cómo era como DJ”. Lo de menos eran sus habilidades al mezlcar, importaba “que era mina y mis tetas”.

“Ahí fue como no, a ver, yo no me saco la chucha tratando de hacer mi pega bien para que al final la única manera en que me ven estos hueones… que más encima son los productores de las fiestas, tienen espacios ya armados y la gente los respeta y los valida, ¿este hueón me va a ver como un par de tetas?”.

Desde eso parten algunas decisiones personales, como dejar de tocar en sus fiestas, y otras colectivas, como alzar la voz y dar a conocer estas situaciones, porque “hay cabras que quizá no saben estas hueás […] o cabras que se quieren meter y no pueden, o sus primeros intentos de meterse son encontrarse con este tipo de hueones, y es muy desmoralizante”.

Valentina aclara que saben que conductas negativas como esa se repiten en todos los ámbitos. “Artísticos, de Ingeniería, Medicina, en todos los rubros pasa esto, pero ¿qué nos convoca a nosotros? La escena electrónica underground. Ya, aquí vamos a trabajar”.

Politizar los espacios

Valentina cree que sí se puede hacer activismo desde la música electrónica y a eso apelan con el Colectivo Sensorama. Explica que hay distintas formas de verlo.

Está, por ejemplo, “el mismo nacimiento de la música electrónica en Detroit o en Chicago, que tenía un contexto político muy fuerte, pero eso obviamente se fue perdiendo con los años y ahora es casi como un espacio de mero hedonismo”.

Pero también hay momentos en que una canción se vuelve política. “Ponte tú, la canción de la Valesuchi con Matías Aguayo, ‘Nasty Woman’, es una canción 100% política. Electrónica, pero 100% política”.

Cuando con Sensorama le piden a los “bailarines” que se hagan cargo de las situaciones que suceden a su alrededor, “eso para nosotros ya es política”. También lo es reconocerse como sujetos activos dentro de los lugares en que se mueven.

“Hacer política es preocuparte de cómo funciona la sociedad a tu alrededor. […] La escena en sí es como una imagen de lo que es la sociedad con la que tú te relacionas, entonces si tú te relacionas sanamente con tus pares y le exiges a tus pares también relacionarse sanamente contigo, estás haciendo política”.

A Valentina le parece que los protagonistas de la cultura electrónica y de la cultura underground son responsables de mantener los espacios de libertad y no discriminación que se dan dentro de la escena. “No puede ser solamente el punchi punchi”, sentencia.

No es a la pasti y a carretear, dice, pero tampoco es a la pasti y a hablar de política, pero “es tener un pensamiento un poco más político en relación a cómo nos relacionamos entre nosotros, qué actitudes tenemos con el otro, qué cosas permitimos que les pasen a los demás”.

Llama a hacer frente a situaciones de acoso o discriminación. “El momento en el que le decí a un hueón ‘para de acosarme’ o vai a la puerta y le exigís al hueón que lo echen o que pare la hueá, eso es hacer política”.

Sí cree que la escena electrónica “debe convivir con lo político porque así fue su nacimiento. No se puede despojar de eso ahora”. Como está en su nacimiento no puede perderse, según ella tiene que adaptarse a la situación de cada país, al contexto histórico.

También cree que “es una gran oportunidad para nosotros como juventud hacernos cargo de, y preguntarnos, qué está pasando en Chile. Por qué tenemos que carretear en lugares ilegales, qué pasa con la policía, qué pasa con los derechos…”.

La Fiesta Sensible

Antes del nacimiento del Colectivo Sensorama, Valentina y algunos de sus cercanos intentaron meter un poco más el discurso político dentro de la escena y el baile. Comenzaron a notar que “la gente en un momento era demasiado baile, demasiado hedonismo, demasiada pasti, demasiado carretecarrete, que no está mal”, pero vieron qué más estaba pasando afuera.

“Porque la sensibilidad es lo opuesto a la debilidad, unámonos en el baile para ser más fuertes y luchar por nuestro futuro” – @lafiestasensible

A finales del 2017 empezaron a decir “ya pero está quedando como la cagá en el país, hay cabras que se mueren abortando, va a salir la derecha, tratemos de hacer algo al respecto desde lo que nos convoca”.

Como no son políticos y no van al Senado, pensaron qué podían hacer desde su lugar como DJs, y eso era donar un poco de plata con La Fiesta Sensible y, aparte, pasarlo bien.

La Fiesta Sensible nació de la idea de que, si ya como DJs independientes y autogestionados ganaban poca plata, era mejor que donaran algo que recaudaran a instancias sociales y así politizar un poco más la escena en que se desenvuelven. Lo recaudado en la primera Fiesta fue donado a la Fundación SOL, en otra ocasión donaron las ganancias a Con las Amigas y en la Casa.

Valentinta advierte que La Fiesta sigue viva, pero como es más difícil hacer un evento sin fines de lucro, “porque todo cuesta plata. El lugar que arrendai, las máquinas…”, se ha complicado la vuelta del evento.

* Portada por @9496mm.

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